martes, 19 de noviembre de 2013

Terminal

¿Si no escribo es porque no tengo nada para decir? ¿Se puede entrenar el pensamiento? Obvio que sí. 
Aprieto los dientes, empujo las paletas hacia adelante. Tiene que haber un motivo subyacente. Ni pienso hacer terapia. Se me tendrá que pasar, o se me caerán los dientes, como en los sueños. Más material para terapia. 
Voy a escribir un día que tenga cosas para contar. Escribir pensando que se lo contás a alguien. Como Winston. 
Solo pienso en lo que veo. Señoras hablando sobre algo del liceo, championes Nike con brillantina, señor feo hablando por un iPhone. Señor pelado comiendo una empanada. La del mostrador conversando con un tipo. Iba a poner muchacho, pero borré y puse tipo. No sé por qué. 
Suena reggaeton de fondo. Uno espantoso. ¿Será esa la música adecuada para un lugar público? Por más que no me guste, ¿será lo más «adecuado»? Si trabajara yo, ¿podría poner Vetusta Morla? ¿Y Los Punsetes? Creo que no. La vez que lo intenté en el Pico fue un fracaso. A nadie le gustó. Allá había que poner reggae y hip hop. Acá se ve que hay que sintonizar la peor radio con top tens. La duda, en realidad, es si la empleada de la cafetería tiene libertad de elección o no. Es fácil averiguarlo, pero ahora está ocupada con el tipo. Tampoco lo averiguaría si estuviera sola. No es tan importante. Y no tengo ganas de hablar con ningún extraño. 
Es feo de verdad el del iPhone. 
Faltan seis minutos. Me quiero ir. 
¡Esta canción! Qué sensación rara que me genera. No sé de quién es. Creo que la estaban pasando en el hotel de Lima cuando fuimos con mamá; por alguna razón imagino peruanos bailando llenos de cotillón. Nunca lo voy a poder comprobar. «Nosequecuanto un beso en la boca». 
Faltan dos minutos. 
Tener cosas para contar no es lo mismo que tener cosas para decir. 
Llegó.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario