viernes, 6 de diciembre de 2013

Con permiso...

Para Dani.
“Sacate los pantalones” dice, y obedecés.
“Bajate la bombacha” dice luego sin mirarte, y también obedecés.
Te agachás, te separás las nalgas ante su mirada -ahora sí- escrutadora, y cuando te lo indica, tosés. 
Hacés lo que te dice porque tenés un objetivo claro del que te separa una altísima pared que sabés infranqueable, a no ser que hagas exactamente lo que te ordenan, con sumo respeto y sin chistar. Porque estás en su territorio y ahí sí mandan. Territorio en el que si no decís “con permiso, buenas tardes” antes de hacer una pregunta, te obligan a salir de la habitación, y decirlo al volver a entrar. Y lo hacés, porque mientras reprimís las ganas de quedarte y arrancarles el bigotito con piel y todo y pensás en lo curioso que te resulta el hecho de que realmente tengan ese bigotito y que al contrario de lo que pudiste haber imaginado no sea únicamente patrimonio del mundo de las caricaturas, recordás que si no lo hacés te sacan el derecho a la visita, y te lo sacan con gusto, con el mismo gusto que ante tu desconcierto repiten a modo didáctico “con permiso, buenas tardes”. 
Hagas lo que hagas, para ellos es ganar. Pero vos sabés que en verdad hace tanto tiempo que perdieron, que ya no diferencian una cosa de la otra y viven confundiendo sus ganancias con las pérdidas de los demás. 
Entonces salís, y volvés a entrar, porque tu objetivo sigue estando firme, y la persona que está al otro lado de la pared, de la que te separan militares armados, alambres de púa, muros y candados, vale todo ese manoseo, vale naturalizar el hecho de agacharte y toser, vale decir “con permiso” y “buenas tardes”. Y porque sobre todas las cosas, ese amigo que te espera, eventualmente va a salir, y ellos van a seguir ahí, en las mismas oficinas, exigiendo el mismo respeto artificial y regodeándose en la misma mierda. 
Entonces mientras los ves calentar agua para el mate en el mismo ladrillo y con la misma resistencia que usan los reclusos, y comer las mismas galletas de campaña con el mismo dulce de membrillo que a vos no te dejan pasar porque se puede usar para oxidar barrotes, y mientras ves también más allá, al tipo de uniforme camuflado, caminar detrás del alambrado de un lado para otro sin parar durante horas abrazado a la “pajera”, te acordás de la canción “Estamos prisioneros carcelero”, y te das cuenta, con esa simple frase, cuánta razón puede llegar a tener.