sábado, 22 de agosto de 2015

La casa verde


Hace un día entero que está parada, las piernas separadas, los brazos a los lados y una mirada fija en ella que no la deja en paz. Siente las piernas hincharse, apretadas cada vez más por la tela rígida del pantalón. Le preguntan una y otra vez dónde está el flaco Pepe; ella contesta una y otra vez que no sabe.
Y de verdad no sabe, él se fue un día sin decir a dónde y ella hizo fuerza para no preguntar. Intentó hacer lo mismo, pero la encontraron.
Un día durante el interrogatorio no aguantó más y dijo que recordaba un lugar al que había ido que podría ser lo que buscaban. Hizo memoria y describió con detalles la casa verde, habló de sus habitantes, inventó que quedaba por camino Maldonado, y los guió hasta ahí torpemente, con la excusa de que en el trayecto anterior había estado encapuchada. Nunca encontraron el lugar.
Mi infancia transcurrió entre libros para niños e historias para grandes, como ésta. Hace poco le pregunté dónde estaba el odio durante la tortura, y me dijo que no estaba, que había solo un pensamiento circular que la tranquilizaba: no hablar. Y nunca habló.

Hoy su cara podría ser una foto gris en manos de gente que marcha en silencio. Su historia podría haber terminado ahí. La mía podría no haber empezado. Pero por suerte no estaba sola y logró salir, por suerte pudo encontrar al flaco e irse de Uruguay, por suerte, Vargas Llosa no era autor de cabecera de ningún militar.

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